jueves, 8 de diciembre de 2011

La Quinta Partitura Poética presenta, en el marco del 48° aniversario del distrito Jesús María, un recital con la participación de los siguientes exponentes de la poesía peruana contemporánea, que con sus diversos temas, estilos, sentimientos, nos deleitarán con un recital único: Willy Gómez Migliaro, Hector Ñaupari, Maoli Mao, Ana María García, Juan de la Fuente, Melissa Patiño, Michael Jiménez, José Cruzado. 
Para ir conociéndolos, a continuación presentaré a cada uno de ellos a través de su obra.
Además: Homenaje al poeta sueco Tomas Tranströmer, premio Nobel de Literatura 2011; y "El Mejor Regalo de Navidad", obra de un acto a cargo de José Cruzado
Quedan invitados a participar de este evento cultural el jueves 15 de diciembre de 2011, hora 7:30 pm. en el Centro Cultural de Jesús María Av. Horacio Urteaga No.535 (al costado de la Concha Acústica)
HÉCTOR ÑAUPARI
Héctor Ñaupari nació en 1972 y es un reconocido abogado, poeta y ensayista.  Es autor de los poemarios “En los sótanos del crepúsculo” y “Rosa de los vientos”, libro que se presentó en Lima y en Guatemala. Además ha figurado en innumerables antologías de autores de la generación del 90. Ñaupari es también uno de los mayores ideólogos del liberalismo en Latinoamérica. Es Vicepresidente de la Red Liberal de América Latina, con sede en México, Presidente del Instituto de Estudios de la Acción Humana, e integra el Consejo Consultivo de la Coordinadora por la Inversión y el Trabajo, todas ellas importantes iniciativas a favor de la libertad en el continente.
Ana Karenina

Hoy tengo el corazón deshabitado, Karenina.

Sus paredes se desvanecen como el aire y son presas del moho de tu ausencia.

En esta casa ya sin risas
no se oyen más tus gemidos culpables
no estoy más vestido con tu cuerpo
pero me encuentro sepultado en tus recuerdos
engullido sin pausas en tu salto definitivo
hacia el tren de nuestra angustia.

Te veo, como si renacieras cada tarde, llegar con la primavera, Karenina.

Envuelto en el mohín discreto de tu boca que nunca supe descifrar.
Donde estaba el vino que me ofrecías con la locura tenue de tus labios
hoy se enseñorean la sangre y la ceniza de esta guerra trémula en la que estoy 
atrincherado y fracaso en morir cuando ya estoy muerto.

En este cielo oscurecido que son mis días y noches, cierro mis ojos mustios y 
entonces tu fantasma me apuñala el pecho, Karenina.

No he muerto aún pues donde estaba este cobarde corazón hay un inmenso 

hueco donde ninguna luz puede entrar.

Todos los pétalos han sido arrancados de este duro cáliz que no se aparta de mí y 
se hunde como la daga mortal que yo mismo usé para atravesar tu alma.
Por eso, me digo, ésta es la copa vacía en la que nadie desea beber.

Y en medio de los gritos de agonía de los soldados y oficiales y el balbuceo mortal 
de la metralla, pienso en ti, Karenina.

Cuando éramos los potros salvajes de la noche
o los tigres de bengala devorando la luna nupcial.

Ah tu cabello descendiendo como arroyos en mi boca
Ah tus pechos como flores de mayo deshaciéndose en mi lengua
Ah tus manos invadiéndome como la hierba que crece en los parques y las calles 
rotas de San Petersburgo
Ah tus muslos y pantorrillas entrelazadas en mí como las enredaderas.

Ahora todo es lodo, el aire mismo ha muerto.
Y mi alma con él, que porfía en seguirte recordando.

Entonces, la bala que esperaba desde hace tanto llega y estalla

y me sacudo como un junco al viento
como cuando llegaba a la frontera de tu sexo y todas las cosas eran nuevas.

Por fin las lágrimas que derramé tienen sentido.

Esta sonrisa que se acerca a mi rostro como una bestia sigilosa sabe que esta vez 
nos reuniremos, Karenina.

Ahora sé que perdonarás mi cobardía y me tomarás del brazo y nos perderemos 

en esta tarde en la que el sol está por morir.

Y mi mirada está ciega ya, observando el punto más distante.

Este final es nuestro principio. Yo soy el Conde Vronsky y por fin, nuestro tren 

ha llegado, Karenina.

 Circe

Malévola tu ausencia.
Vals Hermelinda, letra de Alberto Condemarín.

El vino que embriaga, la leche que nutre, la miel que empalaga, el agua que calma 
la sed, todos esos sabores aparecen, fantasmales, en tu boca, amada mía.

La lluvia que crepita, la garúa que invade, la ola que restaña insensata contra 
la orilla, la niebla que arroba, el fuego que murmura, la arena que sisea serpiente al 
acercarse al mar, todo, todo me recuerda a ti.

En este delirio mis pensamientos son sofocados por la tibia temperatura de 

nuestra última noche, allende el norte, en tu palacio espléndido. Por la ambrosía 
de feble sabor que se desliza como la seda en nuestros labios. Por la carne dulce 
que disfrutamos juntos. Por, evocadora Afrodita, la perfumada calidez de tu 
cuerpo: alhelíes, magnolias, dalias, amapolas, flores salvajes que me sedujeron 
con sus pétalos rotundos y perfectos.

Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Oh cómo volver a ellas.

Cada segundo transcurrido en este sueño se hace inolvidable. Cuánto más quiero 
abandonarlo se arraiga más profundamente, como las raíces de las siemprevivas. 
Su vista perpetua me sumerge, como en el mar donde naufragué y encallé tantas 
veces, en la nostalgia inenarrable de jamás volverlos a vivir.

En él he de saberme Botticelli haciéndote nacer del mar. Vuélvome Goya otra vez, 
pidiéndote un desnudo frontal y escandaloso, como ese amor que sólo tengo yo 
por ti, y es mil veces no correspondido. O empiezo a pensarme el Divino Marqués, 
apresado en la niebla de tu vientre, creyendo corromperte en ejercicios nada 
virtuosos, oh Justine mía, abandonado en la oscura celda de mi imaginación.

Entretanto, en Ítaca, donde he vuelto a mi vida marital y cotidiana, no se ve tu 
corazón desprovisto de sueños en común. No puedo ver, bien mío, tu alma sin 
cadenas ni anillos ni velos de novia estrenada. No puedo tocar, sibila de mis 
noches más febriles, tus pechos enhiestos como los crepúsculos de Martín Adán, 
tu cintura y caderas como los cuartos menguantes y las lunas crecientes unidas de 
ese modo secreto que sólo tú y yo conocemos, ni acariciar tus pies bellos, suaves 
y pequeños, que cuidaba con ungüentos y perfumes, que me enamoraron de ti irremediablemente. En esta habitación desnuda que es la lucidez, me tortura, 
como a Prometeo el ave que lo devora cada día, saber que nadie puede ser ni 
será nunca tu dueño. Saber que sólo te perteneces a ti.

Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Tanto irnos para no volver.
Y lo terrible de esta tragedia de soñarte cada noche y amanecer sin tenerte es que 
no quiero ser tu dueño, oh Circe de mis desvelos, sino ser de ti como la miel es del 
vino, como la leche es del niño recién nacido, o el agua pura pertenece al hombre 
perdido: esa mezcla perfecta de amigos, amantes, compañeros, enamorados, 
confidentes, ese modo de pertenecernos sin dominarnos, ser dos seres libres que 
se comparten en su reflejo y parecido.

Ahora, mientras veo a Penélope dormir, pienso, quién pudiera componer este 
poema, que eres tú, como el iris que alumbra tus párpados, como tus índices que 
me cortan la piel en imperfectas tiras, como tus cabellos castaños e intensos, 
iguales al café que humea en las frías mañanas en que te necesito tanto.

Cómo quisiera, ahora que amanece, aparecer como un espectro enamorado en 
esa soledad tuya, como la casa a la que llegas siempre tarde, semejante a un 
silencio frío como una espada que, recién forjada, atraviesa el hielo para 
templarse. Y en esa soledad tuya sueño que estoy preso en ti, que vivo en la 
cárcel abierta de tus brazos, que no quiero salir más de aquí.

Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas. Cuánto perdimos en esos años sin vernos.

Sueño que vivo feliz, hechicera, transformado por el encantamiento dispuesto en 
tu boca roja como una granada, que me ofreces y devoro sin pausa, en el lobo que 
fiero y hambriento corre desesperado tras de ti, o en el oso que atraviesa bosques 
y estepas para encontrarte sin poder hallarte. Sueño que alguna vez fui Odiseo, y 
no la sumergida sombra que ahora soy. Y entonces, todo despierta.






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